Instituto Raúl Porras Barrenechea, Lima, 28 de mayo del 2014.
Buenas
noches. En nombre de la Comisión de Escritoras del PEN Internacional del Perú,
agradezco al IRPB por el grato hospedaje que nos viene ofreciendo para nuestras
actividades, múltiples por cierto, y particularmente por abrir sus puertas a la
presentación del poemario La siembra del
corazón. Una noche, ya no de
bautizo, sino de confirmación de esta obra escrita con tanto ahínco y muchísima
calidad literaria por nuestra querida amiga, la poeta Atala Matellini.
Así
mismo, al tiempo de agradecer vuestra presencia, hago extensivo este agradecimiento
a Hernando Guerra García, quien nos brindará sus comentarios sobre este libro
de poesía. Un libro de poesía que merece una especial celebración, y del cual,
empezaré diciendo que, contraria al mundanal ruido que nos
aturde y a muchos acobarda, Atala Matellini, siguiendo mandatos de una primigenia
vocación literaria, traduce esta en un
conjunto de poemas bellísimos y de múltiples resonancias, a través de los
cuales comparte con el mundo experiencias de vida primordiales. Y una vez más,
en plenitud lírica, y alcanzando uno de los puntos más altos de su poesía, nos
invita a conocer y aprehender el personalísimo universo simbólico que adorna
cada página.
Quienes
han seguido cronológicamente cada una de sus obras, reconocerán la receptiva
sensibilidad de Atala Matellini para con el mundo exterior, así como también
darán fe de su devota identificación con la Naturaleza y una armónica visión
del complicado cosmos. Todo lo cual ella traduce con éxito, poéticamente. No
será una sorpresa entonces, que estos versos calmos, floreciendo de profundos
pensamientos, despojados felizmente de cualquier altisonancia jeroglífica que
niega la verdadera esencia de la poesía: el vincular a los seres humanos, sean
pues las precisas vías de esta anhelada comunicación y a la vez, las claves
para lograr una expresión lírica innovadora y libre.
Los
versos de La siembra del corazón,
parecen estar suspendidos en el aire. En un aire limpio, fresco. Son versos
benefactores que como una nube-bálsamo
nos tocan sutilmente. Son versos que sin alienación retórica, representan una
encendida metáfora de su historia personal, pues son la grata sumatoria de
palabras que guardan el fulgor de una memoria iluminada por el amor. Son versos
dictados por una lúcida conciencia, construidos a partir de la evocación de
vivencias trascendentes, de íntimos pensamientos, de toda una biografía que,
translúcida, Atala ha ido desgranando, poco a poco y durante muchos años. Sin
hipotecas estilísticas. Y por ello, me permito afirmar que estos versos, desde
sus raíces mismas, constituyen una confesión liberadora.
La siembra del corazón es un
libro que nos ofrece un paseo cálido, sincero y sin ambigüedades por las
sucesivas experiencias ganadas por la poeta en una madura juventud, durante la
etapa vivida en medio de un campo de arroz en una provincia del norte peruano.
Este poemario, es la memoria viva de un tiempo donde su cotidianeidad supo
simultáneamente de horizontes de ilusión y de desencanto, de la tibia ternura y
de la grisácea soledad, del animado canto de la naturaleza y del silencio.
Sentimientos que con legitimidad han inspirado la escritura de esta poesía con
la sensibilidad a flor de piel.
Sin
embargo, debo señalar que La siembra del
corazón, no es la expresión lírica de un intimismo a ultranza (lo cual, es
también válido en poesía), sino que rescata el intrínseco valor de elementos y
acontecimientos de aquel bucólico entorno, los mismos que, en la siempre
solidaria voz lírica de Matellini, adquieren un sentido existencial colectivo.
De esta
manera, el peculiar sonido del ingenio, el sol abrazador sobre la piel del
campesino, los días de siembra, el resonar del agua viva, el canto de las
garzas, y hasta el simple hecho de observar la lluvia, muchas veces en soledad,
son temas que, en holgura espiritual, inspiraron estos poemas que son arpegios
de paz interior y manifiestan una implícita valoración metafísica, lo cual, no
cabe duda, siempre invita a una saludable reflexión.
Su
sereno canto nos transporta hasta ese luminoso campo de arroz, donde ella se
fue haciendo amiga de un silencio soberano, el mismo que alentó a la poesía que
llevaba adentro. Fue en ese pequeño mundo de río y verdor, de murmullos de agua
y viento, de palpitar de tierra, donde Atala, con el corazón abierto, teñida de
sabiduría, fue forjando su mismidad como mujer y como poeta.
Y así,
hoy tenemos en las manos un poemario cuya belleza como objeto, se ha inspirado
en esta poética madura, que nace de un lenguaje creado por la poesía misma, a
partir del cual, ella nos entrega, además de la singular belleza y del
incomparable sentir de una campiña arrocera, su propio paisaje interior, aquel
dulcemente poblado de sereno gozo, auroral melancolía o de una atávica
tristeza. Acertadas imágenes, símbolos y metáforas, constituyen icónicas ideas
estéticas propias a la poesía que se dan cita en esta obra, ornamentándola,
proyectando nuestra psique más allá de los límites de lo posible,
permitiéndonos viajar hacia un reino fundado en la emoción sustantiva, en aquella
emoción que va brotando de una íntima realidad.
Hay que
prestar oídos a lo expresado en cada una de las páginas de La siembra del corazón. A su belleza expresiva, a su prosperidad
lírica, a su hondura filosófica a partir
de la cual vincula su existencia a la naturaleza y se hace parte de un todo y
comunica verdades “verdaderas”, que a todos nos competen. Pero por sobre todo, porque la poesía de
Atala Matellini, sin entrelíneas y venciendo tiranías del tiempo y del espacio,
en esta oportunidad, nos invita a que hagamos cierta una renovada siembra de
benefactores semillas en nuestros corazones.
Muchas
gracias.
Marita Troiano